Escucho la voz del agua mansa, el sonido del silencio del
mundo que nos lleva a encontrarnos con lo que nos habita. Me gusta la voz húmeda
de la lluvia que cae, y marca al ritmo el tiempo de la naturaleza. Me cautiva el trino de los pájaros que avisan
la llegada de la dama de agua y me quedo presa en el canto en crescendo de las
cigarras antes que la lluvia llegue.
Me gusta el
estallido sonoro que avisa el paso de la sequía al invierno, ese chirriar en
aumento que es el encuentro de la vida que se inmola ante la naturaleza
sedienta para dar paso a la lluvia.
Amo la trilogía armoniosa
que nos conduce a la historia repetida y siempre renovada que periódicamente en
el escenario vivo del planeta, dibuja horizontes avenados, puntillismos móviles
en el cielo, y nos regala un concierto de cigarras.
El silencio se
vuelve expectante cuando las aves, se anidan en sus refugios, mientras yo
contemplo el enchumbado horizonte y los cristales del agua que se precipitan y
campanillean sobre cada cosa.
Amo el canto liquido
del agua que, sobre cada calle, cada techo, jardín o charco y hasta sobre los
paraguas de los prevenidos transeúntes, se convierte en instrumento sonoro
regalándole a la tierra una musicalidad húmeda.
Los pájaros saben
de las partituras del concierto y predicen el humor de la lluvia, algún acuerdo
desconocido y milenario los hace sensores de la madre tierra. Y los chubascos,
lluvia tenues o tormentas los vuelven inquietos, cantarines o prestos a iniciar
la danza del aire, llenando el espacio de siluetas espesas y cambiantes, como
pintores puntillistas, trazan y dibujan formas en su ir y venir constante,
acompañando sus danzas de trinos para convocar a otros de su especie.
Vuelan las aves en
círculos cuando se anuncia tormenta, dibujando formas, que se alargan, van y
regresan, avisando que es hora de suspender el vuelo y encontrar refugio. Su trinar
es en aumento, adquiriendo sonidos inquietantes, a medida que otros se unen al
vuelo, el cielo ya oscuro de nubes se densa de aves bulliciosas que buscan
refugio.
Pero cuando un
simple chubasco refrescará la tierra, se quedan acurrucados en sus alas, sus
pequeñas cabezas se encogen dentro de sus plumas, y amanecen en los troncos en
las ramas, expectantes, hasta que toda pasa.
Mientras disfruto la puesta en escena de la dama de agua, que nunca llega sola, un séquito
de nubes, y la brisa o el viento, anuncian al mundo que ella viene o se
marcha.
Cuando la lluvia
calla, y el viento se aleja, los pájaros reinician su canto.
Quedan restos de
humedad: charcos aquí y allá, calles anegadas, jardines reverdecidos, hojas
húmedas, tejas y desagües con goterones, vertientes enlodadas, pero poco a poco
toda la humedad se escurre por las venas de la tierra.
Y los pájaros vuelven a entonar sus trinos.