En las noches,
cuando la oscuridad despliega su manto diamantado, en las playas, donde un
palacete se deja morir de mengua, las olas impertérritas siguen acariciando la
arena por los siglos de los siglos.
El mar ha visto
esas costas muchas veces, en su ir y venir infinito, las ha divisado solas,
pobladas, alegres y grises en los días de lluvia, las ha contemplado erguirse y
desmoronarse, pero nunca su memoria azul ha olvidado al hombre de barba que se
quedaba esperando inmóvil la luz, acompañado de sus muñecas de trapo.
En las noches de
luna llena, el mar eleva sus olas para buscar aquel hombre y su compañera, pero
solo la luz titilante del palacete, o la oscuridad le susurran que ya no han
vuelto
Fue una noche, hace
mucho tiempo atrás, en que ellos corrían en la soledad de la playa pescando
luceros, y gritaban sus nombres cada vez que los encontraban en la espuma que
se rompía en la arena. Luego el mar vio como ella, descansaba debajo de un
uvero, y él se detuvo de pronto, mirándola bañada de la luz que se colaba por
las ramas, y le dijo en un susurro “quédate así Juanita” y ella se quedó
inmóvil, allí, bajo el uvero, bañada de luna.
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